Los espías. O los miras. Callado, invisible, en la
sombra. Son los peregrinos más jóvenes,
los que lo aguantan todo. Muchos aún estudian. La mayoría vive en casa de sus
padres. Para casi todos, es una aventura.
Los miras. Ves cómo se miran entre ellos, cada quien
con su compañero, apurando los días tan breves del verano. No van muy matados.
Son jóvenes, rebosan vida, fuerza. Se esconden a veces en veredas y vuelven con
la cara colorada, la ropa llena de churretes y una sonrisa como un rompehielos.
Vuelven con los ojos destellando, las bocas húmedas, las manos entrelazadas,
latiéndoles la sangre en las mejillas. Sudorosos. Inmortales.
Los miras sin envidia. Tú has gastado ya más de la
mitad de la vida: envidiar sería vano. Sólo los miras, hasta les dedicas una
sonrisa partida. Oblicua, sí. Tan oblicua como quien sabe que cada vez le
quedan menos movimientos que hacer sobre el tablero de ajedrez. Pero no eres
cruel, sonríes: pasadlo bien, que el sol os de en los ojos, que echéis un rato
en una era. Pasadlo bien, mientras yo finjo que no os miro.
Imagen: Wikipedia.
¿Nadie ha dicho nada? Pues a mi me conmueve un montón.
ResponderEliminarMuchas gracias, Alodia. No todo le gusta a todos.
EliminarA mí me gusta, también: es una crónica. Fría, tal vez. O lo parece.
ResponderEliminarLo parece. Gracias por leerlo.
ResponderEliminarA mí no me parece fría...
ResponderEliminarNo lo era, para mí al menos.
ResponderEliminarPues a mi no me parece crónica, al revés. Algo muy emotivo.
ResponderEliminarPara gustos hay colores, Migue. Muchas gracias.
Eliminar