Suerte.




Con los años había aprendido a cerrar la boca casi siempre a tiempo. Pero anoche, tras una cena casera, una película, una pausada botella de vino y un lento deshacer la cama juntos, le había prometido limpiar el armario trastero. Se levantó sigiloso sin hacer ruido mientras todavía era de noche. Un armario empotrado que en su día debió ser una fresquera o despensa al fondo del oscuro pasillo, junto a la cocina. Capaz de contener el cielo y el infierno. O el purgatorio, porque una vez todo apilado en orden fuera del monstruo insaciable ella haría una segunda inspección antes de llegar al momento definitivo de cargar camino de los cubos de basura. Miró otra vez la boca de aquel leviatán, limpia ahora. Expectante. Volvería a llenarse. Iba a apagar la bombilla cuando vio algo en una de las baldas vacías. Una caja pequeña de cartón amarillento. Dentro había  un papel plegado y una llave que no pertenecía al piso. Una llave antigua, grande para cualquier cerradura actual, negra y fría.

Las llaves sonaban amortiguadas por el abrigo que llevaba puesto, todas cantaban el  mismo son excepto una, que era la más grande y que brillaba cuando se veía cerca del fuego del hogar. Cuando estaba en casa y llevaba puesto el delantal, debajo se dibujaba la presencia de la llave codiciada. Los pequeños corrían por la cocina, se perdían por los rincones o jugaban en el patio. Teniendo siempre en mente la famosa llave que nunca llegaron a saber qué podía abrir y cerrar. Un día la llave se guardó debajo de una de las tablas del suelo y la casa estaba vacía, ni ruidos infantiles ni olores caseros solo se quedaron el silencio y el tiempo.

Uno, cinco, diez, veinte, el tiempo y la soledad no cuentan ya que no les hace falta. Buscaban un lugar donde pasar la noche antes de seguir camino. Entraron por una ventana de la planta baja que estaba rota. Pisaron con cuidado mientras la madera crujía, habían cenado caliente y buscaron un lugar donde preparar su cama.

 Se habían peleado y se dieron la espalda durante parte de la noche, poco práctico ya que tenían frío. Mientras les duró el enfado ella había estado jugando con una madera que parecía estar suelta. Acabó por sacarla de su sitio y meter la mano, había tocado algo frio y metálico que sacó mientras despertaba a quien dormía. Había también un papel doblado y envejecido en el que acertaron a leer un buen deseo. Que esta llave traiga suerte a quien la encuentre y llene su hogar de felicidad como lo hizo conmigo.

 Se abrazaron y la llave tuvo un lugar de honor en los lugares donde se fueron estableciendo, siempre como testigo de sus primeras aventuras juntos. Un día ya cuando la nieve había llegado a sus cabellos regresaron a  la casa recordando aquel viaje con lo puesto, ahora habitada. Pidieron permiso a los dueños para volver a dejar la llave en el mismo sitio donde la encontraron. Los nuevos inquilinos, amables pero olvidadizos,  recogieron la llave y la nota que habían escrito pero en vez de dejarla bajo del parquet la metieron en un armario con la nota, sin acordarse de ella ni cuando se mudaron.





Leonor y Thorongil. 

Imagen Wikipedia, Wikimedia Commons autor: Jorge Barrios, bajo la misma licencia que Wikimedia Commons. 

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Llave_bronce.jpg#filehistory

Comentarios

  1. !Que historia más original!. Me ha dejado intrigada, espero que continue...
    Besos

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    1. Gracias Ambar, pues era un relato corto, pero si por aclamación popular se quiere saber mas se sigue. :) buena semana. un abrazo.

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  2. Las llaves ofrecen un mundo de posibilidades. ¿Qué encierran? ¿qué guardan? ¿un tesoro? ¿un mal presgaio? ¿un corazón enamorado? ¿un jardín abandonado? ¿una casa de ensueño? Quizá solo una caja hecha pedazos.
    Un saludo

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    1. Cierto un llave en si misma es un tesoro. Un abrazo Carmen.

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  3. Que bonito cuento. Feliz Navidad para los dos y la familia.

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  4. Gracias Presentación, que tengáis unas felices fiestas vosotros también y sobre todo disfrutéis en familia.

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  5. Suerte. Bien guapo el relato, Leonor.

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